Colombia de Luto: Un Llamado a la Unión

El magnicidio de Miguel Uribe no es solo un regreso a los capítulos más oscuros de la historia del país. Es, además, un hecho atroz que, en medio del profundo dolor que embarga a millones de ciudadanos y a su familia, debe convertirse en un llamado urgente a la reflexión.

Este atentado contra el senador, su familia, sus allegados, contra la democracia y contra todo lo que Colombia llevaba años construyendo, no puede ser recordado como un hecho apartado y fugaz en la memoria nacional. Debe significar algo mucho más grande. Sus principios y las causas que defendió a lo largo de su vida deben ser interiorizados por todos, sin distinción ideológica, para que nunca se repita un hecho similar.

Crédito: Senado

Miguel Uribe fue un político disciplinado y perseverante, que dedicó su vida a trabajar por la prosperidad del país, con la seguridad como bandera. Soñaba con una nación en la que los colombianos pudieran recorrer cada rincón sin miedo, donde la violencia dejara de imponer su ley en las regiones y donde el Estado, hoy debilitado y ausente en muchos territorios, volviera a ser fuerte y protector.

Pero también luchaba para que ningún colombiano viviera lo que él sufrió en carne propia cuando el narcotráfico le arrebató a su mamá y para que su propio hijo no repitiera la historia que él tuvo que enfrentar a los cinco años, apenas un año más que la edad que hoy tiene su hijo Alejandro.

Ante este acontecimiento, resulta imposible no recordar una frase que el senador repitió insistentemente desde que anunció su interés en participar en las elecciones presidenciales de 2026: “La paz no es impunidad y la seguridad no es guerra”.

Esa frase que Miguel repitió tantas veces fue la consigna que desde el primer día el presidente Petro ejecutó… pero al revés. A través de su tan anunciada “Paz Total”, el Estado convirtió a los bandidos y a los grupos armados ilegales en aliados, les otorgó impunidad absoluta, ató de pies y manos a las Fuerzas Armadas e impuso a los colombianos una guerra que se creía, al menos en parte, superada.

Sin embargo, desde el Gobierno insisten en negar la realidad y, dándole la espalda al país, aseguran que la seguridad ha mejorado, ignorando lo que ocurre en los territorios, donde los grupos armados ilegales han incrementado en un 45 % sus filas y han ampliado su control territorial, según reveló Reuters tras conocer un informe de seguridad privado.

A la crisis de seguridad se suman el odio y la polarización impulsados desde las más altas esferas del poder. Que aunque la justicia no tenga pruebas de su participación directa en el magnicidio, su responsabilidad política es innegable.

El presidente ha convertido sus redes en un altavoz de ataques contra precandidatos, periodistas, congresistas y funcionarios, normalizando el insulto, el desprecio y el resentimiento como forma de hacer política. Su mano derecha, Alfredo Saade, llegó al extremo de comparar el asesinato del senador con “montar en bicicleta”, una burla ofensiva y de mal gusto para un país en luto.

Se suman, además, tres alfiles del petrismo que han caído tan profundo en el discurso presidencial que parecen vivir ajenos a la realidad del país. Daniel Quintero y Gustavo Bolivar insisten en que este macabro hecho tuvo como único propósito “desequilibrar al presidente”, a través de declaraciones cargadas de lambonería, buscando visibilidad y respaldo para sus aspiraciones presidenciales. Como la senadora Isabel Zuleta, quien en su momento cuestionó la integridad de la Fundación Santa Fe insinuando que utilizaba esta tragedia con fines políticos.

Estas conductas deben llamarse por su nombre, inhumanas e indolentes, mismas que avivan la polarización, profundizan el odio y dan oxígeno a la violencia, justo cuando la unidad nacional y una postura firme contra los violentos deberían primar.

Es, en cambio, de aplaudir a María Claudia Tarazona, esposa del fallecido senador, madre de tres hijas y un hijo. Con cada discurso y publicación, ha demostrado fortaleza y resiliencia, difundiendo mensajes de unión, paz y reconciliación, exigiendo justicia y rechazando cualquier forma de venganza. Una verdadera muestra de lo que representaba Miguel Uribe: un luchador que siempre buscó la unidad del país y soñó con ver una nación próspera.

Crédito: Instagram @maclaudiat

Todo lo ocurrido en épocas recientes debe llevar a los colombianos a una profunda reflexión. El próximo año, Colombia enfrentará una decisión que marcará su destino como nación, y dos caminos se abren en el horizonte.

El primero implica dejar los egos a un lado y que quienes defienden la democracia y las instituciones den un paso al frente, dejando de lado sus diferencias y uniéndose alrededor de una causa común llamada Colombia:

· Que quienes desean que el país recupere la seguridad, unan sus voces para que la violencia no vuelva a amedrentar a ningún colombiano.

· Que quienes creen en reactivar la economía, sumen ideas y proyectos que recuperen la confianza y generen más y mejores empleos para todos los ciudadanos.

· Que quienes creen en la cooperación internacional, fortalezcan los lazos de Colombia con países que comparten los mismos ideales, en lugar de convertirlos en enemigos y de aliarse con dictaduras que han llevado a naciones enteras a la pobreza.

Como dijo Miguel Uribe: “Lo que está en juego es el futuro de Colombia […]. Si no somos capaces de unirnos para ganar, mucho menos para gobernar”.

El segundo camino es la continuidad de la ruta emprendida hace tres años, la misma que ha llevado al país al escenario actual:

· Un país donde la seguridad en ciudades y regiones escasea como no se veía en décadas.

· Donde los grupos armados ilegales controlan territorios enteros con el beneplácito del Gobierno Nacional.

· Donde la política volvió a ser tenebrosa, al punto de ver el asesinato de un candidato presidencial, algo que no ocurría desde hace 35 años.

· Donde las fuerzas armadas han sido ordenadas a no defender a los colombianos.

· Donde se cuestiona la Constitución a cada oportunidad, debilitando el Estado de derecho.

· Donde se ignora al Congreso y se socavan las instituciones.

· Donde la corrupción desbordada del Estado genera escándalos de forma constante.

Donde el odio se ha convertido en una herramienta política que no solo divide, sino que mata.

Miguel entendía que sin unión no habría futuro. Lo expresó con claridad al anunciar su candidatura: “Lo que me motiva a lanzarme a la Presidencia es sentir tan cerca un pasado al que no quiero regresar”.

Y así es, Colombia atraviesa una de sus horas más oscuras, un tiempo que se asemeja peligrosamente a las décadas más violentas de su historia. El futuro inmediato exige una sola cosa: que quienes creen en la democracia, en la seguridad y en la libertad se unan sin titubeos, dejando de lado intereses personales y diferencias menores. No hay margen para la tibieza ni para la indiferencia. Quien asuma la Presidencia en 2026 tendrá la responsabilidad histórica de defender los principios por los que Miguel Uribe entregó su vida y de garantizar que jamás otra familia sufra lo que la suya sufrió.


Olvidar sería traicionar su memoria; permitir que se repita sería condenar a Colombia a un abismo del que quizás nunca pueda regresar.

 

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Gobernar es dar garantías, no discursos.